Al rescate de Lenin
MOVIMIENTO OBRERO
"Pero el marxista, al analizar el momento, no debe partir de lo posible, sino de lo real. Y la realidad nos muestra el hecho de que los diputados soldados y campesinos elegidos libremente entran libremente en el segundo gobierno, en el gobierno colateral, y lo desarrollan y completan libremente. Y con la misma libertad entregan el Poder a la burguesía, fenómeno que no “vulnera” lo más mínimo la teoría marxista, pues siempre hemos sabido y muchas veces hemos señalado que la burguesía no sólo se mantiene por la violencia, sino también a causa de la inconsciencia, la rutina, la ignorancia y la falta de organización de las masas."
V. I. Lenin, Las tesis de Abril
Lenin fue víctima de un grave ataque perpetrado menos de un año después del triunfo de la revolución —más precisamente el 30 de agosto de 1918— por Fanya Kaplan, una activista del anarquismo ruso que lo acusó de haber “traicionado a la revolución”.
Tiempo después, una de las balas alojadas en su pulmón, que no pudo ser extirpada por sus médicos, comenzó a generarle dificultades de todo tipo que escalaron hasta una serie de infartos cerebrales que le provocaron primero una parálisis y finalmente su muerte prematura y, para la causa del socialismo, muerte lamentable.
Advertencias necesarias
No hace falta decir que una empresa de este tipo: volver a Lenin, tropieza con no pocos obstáculos. Uno de carácter puramente cuantitativo deriva de que la monumental producción escrita por el líder bolchevique a lo largo de tres décadas comprende –en la segunda edición de sus Obras Completas publicada en Buenos Aires por Editorial Cartago– nada menos que 51 volúmenes, incluidos los cuatro dedicados a índices temáticos, títulos, onomástica y notas complementarias. Lenin no sólo fue un político y estadista excepcional, sino también un escritor prolífico como pocos.
Como relatan sus diversos biógrafos y estudiosos, de joven ya destacó como un estudiante muy talentoso y su carrera política e intelectual posterior ratificó plenamente las prometedoras predicciones hechas sobre él por sus maestros, entre ellos, el padre del hombre que posteriormente sería durante un tiempo jefe del Gobierno Provisional surgido de la Revolución de Febrero, Alexandr Fyodorovich Kerensky.[1]
Una segunda advertencia se refiere entonces al carácter inevitablemente parcial e incompleto de una empresa político-intelectual como la que proponemos. En este caso y teniendo en cuenta el momento especial que vive América Latina y el Caribe –una región cada vez más acosada por un imperio que busca revertir su inexorable decadencia reafirmando su dominio en esta parte del mundo– la tarea de recuperar el análisis de Lenin sobre la coyuntura política y la estrategia y táctica de las fuerzas populares en momentos de inflexión histórica como este es más importante que nunca.
Pero hay muchas otras corrientes del pensamiento leninista que también podrían abordarse, como sus penetrantes análisis sobre el imperialismo en muchos escritos, pero sobre todo en Imperialismo, fase superior del capitalismo; sobre filosofía y epistemología en Materialismo y empiriocriticismo, principal obra filosófica de Lenin; o sus diversos escritos económicos juveniles, entre los que hay que mencionar Contenido económico del populismo ; ¿Quiénes son los “amigos del pueblo” y cómo luchan contra los socialdemócratas? y su gran obra de síntesis de este período: El desarrollo del capitalismo en Rusia.[2]
Por tanto, esta invitación no pretende convertir a los nuevos actores sociales y políticos en “leninólogos” eruditos sino motivarlos a acercarse al estudio de su pensamiento político, imbricado con las urgencias que plantea en su Rusia natal la inminencia de la revolución y, bajo una perspectiva más amplia, la necesidad de una revolución mundial para poner fin a la dictadura del capital y las atrocidades del imperialismo.
Al formular esta invitación lo hacemos con la convicción de que Lenin es un “autor vivo”; es decir, alguien que es nuestro contemporáneo y cuyas reflexiones son relevantes y esclarecedoras para las luchas emancipadoras que se desarrollan en América Latina y el Caribe.
La recuperación del legado de Lenin es de suma importancia para el momento actual en la región, donde diagnósticos precisos y pronósticos esclarecedores son componentes esenciales del éxito de las luchas populares. Y, en este sentido, podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que sus valoraciones de las más diversas situaciones fueron notablemente acertadas.
Fue, sin duda, un protagonista y al mismo tiempo un analista que “vio” mucho más lejos y más profundamente que cualquiera de sus contemporáneos; estuvo dotado de una inusitada capacidad para descifrar toda la complejidad y contradicciones contenidas en un momento histórico donde política, economía e ideología se anudaban bajo las fórmulas más impredecibles que desafiaban el pensamiento convencional de la izquierda. Una prueba más que elocuente la proporciona su convicción inmediata, poco después de llegar a la Estación Finlandia en Petrogrado, poniendo fin a su largo exilio en Suiza, de que lo que los bolcheviques debían hacer era limitar al mínimo indispensable su apoyo al gobierno provisional, gobierno que surgió de la Revolución de Febrero y organizar a las masas para consumar lo antes posible la transición a la revolución socialista.
Prueba de ello es que sus famosas Tesis de Abril no fueron publicadas inmediatamente por el órgano del partido, Pravda, sino tres días después de su discurso, porque Kamenev, Stalin y Bogdanov, los jefes del partido, las consideraron “el delirio de un loco”. E incluso su esposa, Nadezhda Krupskaya, confesó en voz baja a sus amigos sus temores de que “Lenin se hubiera vuelto loco”.[3]
En el mismo sentido, uno de los biógrafos más autorizados de Lenin, el historiador francés Gérard Walter, explica que cuando Lenin fue invitado por los delegados bolcheviques a presentar sus tesis en la sede del Sóviet en el Palacio de Tauride, tras su intervención tuvo que afrontar “un desfile ininterrumpido de oradores que abrumaban a Lenin, uno con sus invectivas y otros con sarcasmo o hipócritas condolencias. Ninguno de sus seguidores se atrevió a salir en su defensa. Ni un solo líder de la organización bolchevique, ni un solo miembro de la redacción de Pravda alzó la voz en defensa del exiliado recientemente regresado a Rusia”.
Evidentemente, Lenin tenía ese ojo de águila que tanto admiraba en Rosa Luxemburg y que casi nadie poseía entre sus compañeros, y a la hora de descifrar los laberintos de la coyuntura la distancia que existía entre él y ellos era inconmensurable. Como en el caso de Fidel, la historia también absolvió a Lenin y demostró que la razón estaba de su lado.[4]
Vicisitudes
Dicho lo anterior, confío en que el propósito de estas líneas sea claro: hacer justicia a uno de los más grandes teóricos y practicantes de la revolución de todos los tiempos. Su nombre ha sido objeto de burlas por traidores y renegados de todo tipo, que han hecho del antileninismo un culto lucrativo celebrado con sofisticados argumentos pseudofilosóficos con la inútil pretensión de descalificar tanto al personaje como a sus ideas. Tal como dice Slavoj Žižek, “si hay un consenso entre (lo que puede quedar de) la izquierda radical de nuestro tiempo es que para resucitar un proyecto político radical debemos olvidar la herencia leninista”.[5] Abandonado por amplios sectores de la izquierda contemporánea, Lenin es odiado sin fisuras por la burguesía y sus aliados, conscientes de su inquebrantable lealtad al proyecto socialista y al ideal comunista de autogobierno de los productores.
Se podría decir sin temor a ser falso que Lenin es uno de los “desaparecidos” más ilustres de los últimos tiempos. Ignorados y cuestionados sin ser comprendidos ni estudiados, algunos sectores de una izquierda bien intencionada pero inmadura y arrogante creen que nada se puede aprender del líder indiscutible de una revolución que, como la rusa, abrió una nueva etapa en la historia de humanidad.
El desprecio por algunos de los temas clásicos del pensamiento leninista: la cuestión de la organización, del partido revolucionario y la necesidad de tomar el poder estatal y desarrollar la conciencia política de las masas, es más que evidente en nuestros días en algunas de las expresiones de una cierta “izquierda posmoderna” que, por su funcionalidad con los intereses del imperio, tiene demasiado de lo primero y muy poco de lo segundo.
Se trata de corrientes políticas que aborrecen todo lo que tenga que ver con la organización de los sujetos de las luchas revolucionarias o incluso reformistas para postrarse a los pies de una supuesta rebelión espontánea de masas y multitudes que no requieren ni organización ni concientización; que, a pesar de sus declaraciones en contrario, caen en una especie de anarquismo romántico respecto del Estado y de la superfluidad de considerar la toma del poder estatal, ya que el mundo puede cambiarse sin esta molesta exigencia; y que, en un alarde de confusión, muestran su desdén por los debates sobre las cuestiones cruciales de estrategia y táctica de la lucha popular.[6]
Es fácil comprender la centralidad que adquiere el legado teórico de Lenin para desmantelar una razón política trastornada disfrazada de “progresismo” amorfo y desdentado, incapaz de desafiar seriamente la dominación del capital.
La sucesión de derrotas experimentadas en los capitalismos metropolitanos por las fuerzas populares a finales del siglo XX afectó no sólo la validez sino también la visibilidad del pensamiento leninista. Aparte de los efectos devastadores de la “revolución” neoconservadora y neoliberal, mencionemos primero la deformación (y el ignominioso colapso después) de lo que, en cierto sentido, podría considerarse como la “gran creación práctica” de Lenin: la Revolución Rusa.
Ambas cosas: la degeneración de la revolución y su colapso tragicómico –resumido en el vídeo de Mijaíl Gorbachev filmado en una tienda Pizza Hut– dañaron seriamente la consideración que merecía el trabajo teórico y práctico de Lenin. Como nos recuerda Gyorg Lukács, Lenin fue “el gran teórico de la práctica revolucionaria y el gran practicante de la teoría revolucionaria”.
Desafortunadamente, el colapso de la Unión Soviética arrastró consigo la herencia teórica de Lenin. Lamentablemente, el inicio del ciclo ascendente de luchas de los movimientos populares latinoamericanos que se inició con la llegada de Hugo Chávez a la presidencia de Venezuela a principios de 1999, no tuvo la fuerza necesaria para contrarrestar el abandono del leninismo —y del marxismo— por las menguantes fuerzas de contestación en los países capitalistas metropolitanos.[7]
Si los viejos y nuevos adversarios de Lenin se esforzaron por ocultar u oscurecer su legado, sus partidarios a menudo incurrieron en un vicio que esterilizó inexorablemente sus mejores intenciones. De hecho, la canonización de su obra a manos del estalinismo –en el que jugaron un papel decisivo los Fundamentos del leninismo de Stalin– la desfiguró tanto como la demonización que sufrió a manos de teóricos burgueses o viejos izquierdistas arrepentidos de sus pecados de juventud.
La “codificación” del leninismo y la transformación de un marxismo vivo y “guía de acción” en un manual de autoayuda para revolucionarios ingenuos dañó gravemente el trabajo de los movimientos sociales y partidos radicales de Nuestra América. Si la vulgata soviética tuvo consecuencias muy graves a nivel teórico, la práctica política del estalinismo magnificó aún más estos efectos al abortar los estallidos de una auténtica reflexión marxista.
Esto fue sofocado allí donde el marxismo de los “manuales soviéticos” –completamente descalificados por el Che Guevara– prevalecía sin contrapesos, como en la Unión Soviética y los países de Europa del Este.[8]
Y en los territorios del capitalismo avanzado, la combinación de la derrota del impulso revolucionario de la primera posguerra y la imposición de la ortodoxia de los manuales o manuales soviéticos precipitaron la conformación de lo que Perry Anderson llamó “marxismo occidental”, es decir, un marxismo encerrado en una burbuja teórica y completamente alejado de los imperativos de la vida práctica y de las luchas anticapitalistas y antiimperialistas de la época.
Un marxismo enteramente volcado en la problemática filosófica y epistemológica, importante sin duda, pero al precio de renunciar al análisis histórico, económico y político y que convertía al marxismo, por eso mismo, en un saber esotérico encerrado en escritos herméticos irremediablemente distanciados de las urgencias. y necesidades de las masas.[9]
Un marxismo concebido como “un dogma y no como una guía de acción”, revirtiendo el recordado aforismo de Lenin, que de poco o nada sirvió para comprender la complejidad del capitalismo contemporáneo y, mucho menos, para la construcción de un instrumento político capaz de cambiarlo.
En su magnífico mensaje a los jóvenes comunistas soviéticos, Lenin cuestionó lo que significaba “aprender el comunismo”. Su respuesta fue esclarecedora: “Si el estudio del comunismo consistiera únicamente en saber lo que dicen las obras, libros y folletos comunistas, esto fácilmente nos daría exégetas o fanfarrones comunistas, que muchas veces nos causarían daño y perjuicio, porque estos hombres, después de haber leído si hubieran aprendido mucho y hubieran aprendido lo que se explica en los libros y folletos comunistas, serían incapaces de coordinar todos estos conocimientos y actuar como el comunismo realmente exige”.
Y un poco más tarde añadió que “Sin trabajo, sin lucha, el conocimiento libresco del comunismo, adquirido en folletos y obras comunistas, no tiene absolutamente ningún valor, porque sólo continuaría el viejo divorcio entre teoría y práctica, que era el rasgo más nocivo de la vieja sociedad burguesa.
Y concluye su planteamiento encaminado a estimular la formación intelectual y política de una juventud comunista culta, capaz de asimilar críticamente lo que Lenin llama patrimonio histórico de la humanidad con esta frase lapidaria: “El comunista que se enorgullece de serlo, simplemente por haber recibido conclusiones ya establecidas, sin haber realizado un trabajo muy serio, difícil y grandioso, sin analizar los hechos ante los cuales se ve obligado a adoptar una actitud crítica, sería un comunista lamentable. Nada podría ser tan desastroso como una actitud tan superficial”.[10]
Lamentablemente, la dogmatización del marxismo, tan combatida por Lenin, relegó al olvido la undécima tesis de Marx sobre Feuerbach y su llamado a transformar el mundo y no sólo a reflexionar sobre las diferentes formas de interpretarlo. Y, por supuesto, desplazó la formidable obra teórica de Lenin a los estantes más polvorientos de las bibliotecas despobladas.
Por otro lado, cuando los principales movimientos de izquierda y fundamentalmente los partidos comunistas adoptaron el canon “marxista-leninista”, la tradición teórica comunista, un movimiento de “reflexión permanente” dialécticamente integrado con las vicisitudes de su época, quedó congelada en tiempo.[11]
Contrariamente a las recomendaciones de Lenin, el marxismo así concebido degeneró en una doctrina ya “cerrada” y terminada, completamente elaborada, flotando impávida por encima del movimiento histórico. En una palabra: en su rigidez sin vida no lo reflejaba y, si fracasaba en este esfuerzo, difícilmente podría cambiarlo.[12]
Pocas cosas podrían ser más antimarxistas y antileninistas que esta parálisis real de una teoría que, desde sus primeras formulaciones por los jóvenes Marx y Engels en los años cuarenta del siglo XIX, no había hecho más que desarrollarse en estrecho contacto con el mundo cambiante. Realidades de su época, que intentaron “reflejar” con la mayor precisión posible.
Aire de renovación
En el campo de la praxis política, la férrea imposición de la ortodoxia estalinista retrasó durante décadas la apropiación colectiva de algunas contribuciones importantes del marxismo del siglo XX. Baste recordar el retraso en dar a conocer la indispensable contribución de Antonio Gramsci al marxismo, cuyos Cuadernos de la cárcel no estuvieron disponibles, en italiano, en su totalidad, hasta mediados de los años setenta, es decir, cuarenta años después de la muerte de su autor.
Gramsci era visto con gran desconfianza en los partidos comunistas europeos y latinoamericanos a pesar de que más allá de su innegable originalidad su pensamiento reflejaba, al menos en parte, la maduración de ciertas tesis leninistas a la luz de las nuevas condiciones creadas por la reconstrucción reaccionaria de el capitalismo en los años 30.[13]
Por eso cabe resaltar los méritos del intelectual argentino Héctor Agosti, director de los Cuadernos de Cultura publicados por el Partido Comunista Argentino, por haber sido el primero en América Latina en tomar nota de la trascendental importancia de la renovación teórica que encarnaba en la obra de Gramsci y esforzarse por instalar las contribuciones italianas no sólo en los debates dentro de los partidos hermanos de la región sino también entre otras fuerzas de izquierda, igualmente refractarias a las reformulaciones del gran pensador italiano.
La fructífera predicación de Agosti hizo posible la incorporación del rico legado de Gramsci a las discusiones que empezaban a gestarse en los convulsos años sesenta.[14] A mediados de la década siguiente, la obra de Gramsci ya era ampliamente citada y se convirtió en fuente de duras polémicas interpretativas. Esto se debió a que una corriente teórica, arraigada en Europa pero con algunas terminales en América Latina, lo reconstruyó como un tibio socialdemócrata y lejano antecesor del ilusorio eurocomunismo que en pocos años liquidaría a los principales partidos comunistas de Europa, empezando por el de Italia.
En nuestros países, en cambio, la recuperación del legado gramsciano fue en no pocos casos más fiel a la impronta leninista del original. Finalmente, las versiones socialdemócratas no tardaron en desvanecerse al calor de la lucha de clases y las ofensivas del imperialismo, a ambos lados del Atlántico. La deformación europeísta del pensamiento gramsciano exigió un esfuerzo notable para recuperar la sólida herencia teórica del pensador italiano, tarea que ahora debe realizarse, sin más demora, con Lenin.
En América Latina, pero no en Europa, nos hemos reencontrado con el Gramsci legítimo. En una situación mundial tan plagada de peligros como la actual, es urgente hacer lo mismo con la herencia teórica de Lenin.[15]
El peso de la ortodoxia soviética también fue responsable del retraso en la incorporación de la sugerente recreación del marxismo producida a partir de la experiencia china en las obras de Mao Zedong. O el ostracismo en el que cayó la recreación del materialismo histórico surgida de la pluma del gran marxista peruano José Carlos Mariátegui, quien con razón dijo que “entre nosotros el socialismo no puede ser calco ni copia sino creación heroica”.
O la absurda condena de la refinada producción de Gyorg Lukács en Hungría. Más cerca en el tiempo, esa codificación antileninista de las enseñanzas de Lenin (y de Marx) hizo aparecer a Fidel y al Che como si fueran dos aventureros irresponsables, hasta que la realidad y la historia aplastaron con su peso las monumentales estupideces ideadas por los ideólogos soviéticos y sus principales divulgadores aquí y ahí. En resumen: es difícil calcular el daño causado con tal tergiversación del marxismo. ¿Cuántos errores prácticos cometieron los vigorosos movimientos populares ofuscados por las recetas políticas del “marxismo-leninismo”?[16]
De lo anterior se puede inferir que un “regreso a Lenin” no sólo es conveniente sino urgente y necesario. Un Lenin que por supuesto no está exento de errores, algunos de los cuales él mismo se encargó de reconocer, pero cuya relevancia para las luchas emancipadoras de América Latina está fuera de discusión, lo que hace aún más imperdonable ignorar su obra.
Lenin yace bajo los escombros de la Unión Soviética; también bajo la avalancha propagandística de la contrarrevolución neoliberal desde los años ochenta del siglo pasado y los reveses y frustraciones de los movimientos populares en los países capitalistas avanzados. Pero, afortunadamente, su obra sobrevivió a ambas catástrofes y está ahí, como un faro que sigue arrojando luces esclarecedoras.
Con la desaparición de la Unión Soviética, acontecimiento fundamental que dividió en dos la historia de la humanidad al culminar la primera revolución exitosa de las clases subalternas después del primer y más limitado ensayo general de la Comuna de París, debemos retomar un diálogo con el gran revolucionario ruso.
No para imitar o recibir acríticamente sus teorías, como sabiamente aconsejaron Mariátegui, Mella, Che y Fidel, sino para aprender de una conversación. Maquiavelo dijo, en una memorable carta a su amigo Francesco Vettori, fechada el 10 de diciembre de 1513, que una biblioteca es un lugar donde los grandes hombres de la historia —los fundadores de estados y los revolucionarios— acuerdan conversar con quienes buscan en ellos sabiduría y lecciones que surgen de sus experiencias prácticas. Por eso es necesario ir humildemente a la biblioteca y leer la obra de Lenin, un legado precioso al que no debemos renunciar.
Este oportuno y necesario “regreso a Lenin” nos obliga a una nueva relectura del brillante político, intelectual y estadista que fundó la república soviética. Pero el regreso a Lenin no significa releer una colección de “textos sagrados”, momificados y pergaminos, sino regresar a un manantial inagotable del que fluyen enseñanzas, sugerencias y preguntas que conservan su vigencia e importancia en el momento actual.
No sería temerario sino una manifestación de fidelidad al espíritu genuinamente leninista afirmar que las respuestas concretas y específicas ofrecidas por el revolucionario ruso en su obra –casi todas ellas inevitablemente remitidas, como él mismo señaló, a las peculiaridades del momento histórico soviético— tienen menos interés que las preguntas, perspectivas y audaces aperturas mentales contenidas en él, siempre encaminadas a avanzar por el camino de la revolución.
Más que un retorno
Por otro lado, no se trata simplemente de volver a una piedra filosofal porque quienes volvemos a las fuentes ya no somos los mismos de antes. Si la historia barrió los restos del estalinismo que nos habían impedido captar adecuadamente el mensaje de Lenin, hizo lo mismo con otros dogmas que nos aprisionaron durante décadas.
Por supuesto, esto no implica tirar por la borda la certeza fundamental de la superioridad ética, política, social y económica del comunismo como forma superior de civilización, la misma abandonada por los fugitivos que se autodenominan “postmarxistas”, que ahora pretenden conferir el regalo de la eternidad al capitalismo y la democracia liberal, y cuestionar algunas certezas “colaterales”, en palabras del epistemólogo Imre Lakatos, de la tradición leninista.
Por ejemplo, los que establecían que la única manera de organizar el partido de la clase obrera era la que Lenin propuso en 1902 en medio de la represión zarista, ignorando que en Lenin hay no una sino cuatro teorías del partido, en correspondencia con el desarrollo de la lucha de clases en Rusia.
La primera, sintetizada en 1902 en ¿Qué hacer? Se construyó teniendo en cuenta la situación de clandestinidad en la que debía actuar la socialdemocracia rusa; una segunda, donde tras la revolución de 1905 propone un formato similar al del partido socialdemócrata alemán; una tercera, ya en el vértigo de la historia que va de febrero a octubre de 1917 donde el partido como agente y vanguardia de la revolución es sustituido por los soviets; y una cuarta, y última, ya consolidado el triunfo de la revolución, y en el que el partido reaparece con fuerza como estructura organizativa pero también educativa e instrumento para la creación de una nueva civilización y una nueva cultura de masas, anticipándose a lo que haría Gramsci.
Posteriormente lo desarrollará con más detalle en sus Cuadernos de la cárcel.[17] Dudosas y efímeras “certezas colaterales”, como dijimos anteriormente, que por ejemplo conferían un carácter universal y necesario a una determinada táctica política, como la insurrección; o que, en la apoteosis de la irracionalidad política, consagrara a la Tercera Internacional como un nuevo Vaticano con centro en Moscú y dotado de los dones papales de la infalibilidad en todo lo relativo al curso de la lucha de clases en el resto del mundo.
Dado que todo eso ha desaparecido y vivimos los inicios de una nueva era, es posible, y también necesario, como dijimos anteriormente, proceder a una nueva lectura de la obra de Lenin, en la certeza de que puede constituir un aporte muy valioso para guiarnos en los desafíos y luchas de nuestro tiempo. Es un retorno creativo y prometedor: no volvemos a lo mismo, ni somos los mismos, ni tenemos la misma actitud. Tampoco el contexto histórico que nos rodea es el mismo.
En nuestra América asistimos, desde finales del siglo pasado, a un despertar de los pueblos y al avance de las luchas por la construcción de una alternativa al neoliberalismo asfixiante que nos agobia. La Revolución Cubana ha demostrado su extraordinaria resiliencia ante los criminales e incesantes embates del imperialismo, y hoy la acompañan varios gobiernos de la región que han roto definitivamente el aislamiento con el que el imperio intentó someterla y destruirla.
Venezuela, Nicaragua y Bolivia lo vienen haciendo desde hace muchos años, mientras México, Brasil, Colombia y Honduras, así como otros países de la zona, vienen desafiando dignamente los edictos imperiales y fortaleciendo sus relaciones con la isla de la esperanza, mientras los demás al menos intentan mantener buenas relaciones con La Habana.
Dije antes que quienes proponemos el regreso a Lenin somos diferentes porque como militantes hemos sido atravesados por la evolución de la historia latinoamericana –tanto por sus triunfos como por sus derrotas y frustraciones– y, supuestamente, hemos tomado nota de sus consecuencias y lecciones. Pero lo que persiste y se acentúa día a día es el compromiso con la creación de una nueva sociabilidad, con la inaplazable necesidad de superar un tipo histórico de sociedad como es el capitalismo, incorregible desde el punto de vista de la justicia, la humanidad y la preservación del bien ambiente.
Comprometidos con una lucha implacable y cada vez más abierta contra el imperialismo, no podemos ignorar las lecciones del proceso revolucionario ruso. No sólo los derivados de él sino también los que emanan de otros, como los chinos, los vietnamitas y, más cerca de nosotros, los cubanos.
No copiarlas porque como bien recordaba Julio Antonio Mella en el obituario escrito con motivo de la muerte de Lenin, “no se trata de implantar en nuestro medio copias serviles de revoluciones hechas por otros hombres en otros climas; en algunos puntos no entendemos ciertas transformaciones, en otros nuestro pensamiento es más avanzado pero estaríamos ciegos si negáramos el paso adelante dado por el hombre en el camino hacia su liberación”.[18]
En esta misma línea encontramos la categórica frase de Mariátegui de que el socialismo “no puede ser copia y copia sino creación heroica de nuestros pueblos”, eco lejano de aquella brillante intuición de Simón Rodríguez cuando aseguraba que “o inventamos o nos erramos”. Leer a Lenin, entonces, con la actitud mental de un Mella, un Mariátegui, un Rodríguez y, por supuesto, más cerca de nosotros, del Che y Fidel.
Este último dijo más de una vez que “cada vez que copiamos nos equivocamos”; El Che, por su parte, advirtió que “el marxismo es sólo una guía para la acción. Se han descubierto grandes verdades fundamentales, y a partir de ellas, utilizando como arma el materialismo dialéctico, se interpreta la realidad en cada lugar del mundo. Por eso ninguna construcción será igual; todos ellos tendrán características peculiares, propias de su formación”.[19]
Este primer centenario del paso de Lenin a la inmortalidad es un estímulo para que nos lancemos, sin vacilaciones de ningún tipo, a esta imprescindible recuperación y difusión de una obra de tan extraordinaria riqueza como la contenida en la vasta producción teórica del revolucionario ruso.
Sugiero, como punto de partida, la lectura de los textos contenidos en el volumen titulado “Entre dos revoluciones”, en los que Lenin analiza la revolución de febrero y todos sus vaivenes hasta culminar con la toma del Palacio de Invierno y el triunfo de la Revolución de Octubre. Ni que decir tiene que textos como ¿Qué hacer?, o “Comunismo “de izquierda”: un trastorno infantil; El Estado y la Revolución; El marxismo y el Estado; La revolución proletaria y el renegado Kautsky también son esenciales. A esto agregaría, para empezar, dos artículos breves pero sumamente esclarecedores: “Sobre el Estado” y uno especialmente dirigido a la juventud en la construcción del socialismo, “Las tareas de las Ligas Juveniles”.
Estoy seguro de que equipados con estas armas de la crítica teórica estaremos en mejores condiciones para afrontar con éxito los grandes desafíos que plantea la lucha por la Segunda y Definitiva Independencia de “Nuestra América”, como designó José Martí a los países de la región.