¿Sexismo en los cuentos de hadas?

ARTE Y CULTURA

Roberto Luigi Pagani

3/24/2024

No es ningún secreto, pero desde hace un año trabajo en una publicación sobre el folclore islandés. Leyendas, cuentos de hadas e historias que, bajo una apariencia más o menos fantástica, transmitidas en el lenguaje sencillo de generaciones de campesinos y pescadores, encierran grandes valores universales. No soy folclorista de formación, pero digamos que para este trabajo he tenido que estudiar mucho sobre el tema, y he adquirido cierta familiaridad con la simbología y las convenciones típicas del género. Por eso me gustaría hacer algunas observaciones sobre algunos fragmentos publicados de un monólogo de Paola Cortellesi sobre el sexismo en los cuentos de hadas, pronunciado en la inauguración del curso académico en la Luiss (Libera Università internazionale di studi sociali). Me gustaría señalar que no tuve la oportunidad de escucharlo todo, y reconozco que es posible que estas frases hayan sido descontextualizadas y tergiversadas o distorsionadas. No obstante, las comento tal como han sido relatadas, porque creo que ofrecen pistas útiles para transmitir información y consideraciones importantes en el clima cultural actual.

Desgraciadamente, no puedo analizar exhaustivamente cada elemento, por razones de espacio, y me limitaré a comentar algunas frases citadas en artículos periodísticos, tratándolas de forma sumaria pero, espero, lo suficiente para mostrar cómo (en mi humilde opinión) esas frases tergiversan y distorsionan los elementos de los cuentos de hadas que critican, de una forma, en mi opinión, muy sesgada e ideológica. Para abreviar, parafraseo las afirmaciones en cuestión, poniéndolas en cursiva. No son citas textuales, y si las he malinterpretado pido disculpas de antemano, pero repito que el objetivo aquí no es atacar a la persona a la que supuestamente se atribuyen, sino su contenido literal, tal como aparece.

El poder salvífico se confía a los hombres

La lectura de la intervención salvífica de las princesas como una afirmación del poder masculino es ingenua y reductora (quién sabe por qué, entonces, siempre se olvida al hada madrina de Cenicienta, o a la abuela de la sirenita en el cuento original de Andersen, o a las hadas en La Bella Durmiente de Disney. Y qué decir de Gretel que también salva a su hermano Hansel matando a la bruja, de la Bella que salva a la Bestia…). Ciertamente, la tradición ha personificado en algunos casos a ciertos príncipes en figuras masculinas, pero personificación no significa identificación. El príncipe de Blancanieves de Disney no es un hombre concreto, y de hecho no tiene una personalidad, como la protagonista, sino que sirve como encarnación de un principio, el principio (recurrente en la literatura) de que el amor vence a la muerte. Quejarse de que, en un cuento de hadas decimonónico o en su transposición Disney de 1937, hayan elegido a un hombre, sería como quejarse de que, en el cuento del Gato con Botas, cuando murió el pobre molinero, su hijo pequeño no fue atendido por los servicios sociales, o algo así. En la sociedad reflejada en este cuento, el amor considerado estándar era de ese tipo, una unión de hombre y mujer. Esto no quiere decir que deba seguir siendo así hoy en día, o que ver Blancanieves signifique que también deba aplicarse hoy en día.

Blancanieves representa la historia de una joven con un potencial innato (representado simbólicamente por su condición de princesa), que se ve sofocado por una naturaleza y un destino adversos (representados por su madrastra). La madrastra teme el crecimiento y la emancipación de Blancanieves, que debe abandonar su hogar y huir a un mundo peligroso para crecer y ser autónoma. Lo hará a través de una serie de errores, de los que aprenderá. Por supuesto, también tendrá la suerte de conocer a amigos que la ayudarán, otra cosa fundamental para crecer, porque de ciertos tropiezos uno no puede levantarse realmente solo, ¡y es importante poder contar con amigos!

Estos cuentos de hadas no son historias de chicas guapas sin personalidad que cometen tonterías y se salvan porque a un príncipe de paso le gustan físicamente. ¿Cómo se puede ser tan superficial e ingenuo? El cuento de la Bella Durmiente, por ejemplo, es la historia de una hija única de padres aprensivos, que por eso fue sobreprotegida durante su infancia. En su bautizo, los padres intentaron ingenuamente alejar al hada malvada, que representa el mal del mundo, pero el mal sigue reclamando su parte en la vida de la niña. Esto le ha impedido madurar, privándola de oportunidades para enfrentarse al mal y fortalecerse. Así, llega a los 16 años sin saber nada de la vida, hasta el punto de enamorarse tonta y ridículamente del primero que se le presenta, y de estar tan poco preparada para afrontar los retos de la vida que basta que un huso le pinche en un dedo para matarla. El sueño representa la retirada de una vida que ha resultado no ser el cuento de hadas que los padres o cuidadores han intentado recrear. Todos pagan el precio de su error: la familia y también la sociedad, porque para ellos también es crucial que las niñas maduren y se vuelvan responsables e independientes, de lo contrario todo se detiene. Si la mujer crece inerte e indefensa, la sociedad se paraliza. En este cuento de hadas, el príncipe (que, como es lógico, tiene nombre) tiene que pasar por pruebas, fracasar, ser encarcelado pero también –¡OÍDO! ¡OÍR! – salvado por la ayuda de mujeres mayores, maduras y caritativas) es a su vez un símbolo. No el símbolo del hombre patriarcal, sino el símbolo del sentido de la responsabilidad de la niña y de la sociedad en su conjunto, que tiene que arremangarse y enfrentarse a un mal, un hada malvada, que ha crecido porque no se le hizo frente a su debido tiempo, y que ahora es un terrible dragón. Para matarlo, hay que atravesar un bosque de zarzas (o llegar hasta la propia princesa, en el cuento original), lo que puede leerse como la extrema dificultad de madurar cuando se ha esperado demasiado para hacerlo y los problemas de la realidad se han amontonado y espesado. El príncipe encarna la voluntad y la conciencia de sí misma de la niña y de la sociedad en su conjunto, que debe trabajar sobre sí misma para salir del torpor que se ha autoinfligido al querer evitar el mal en lugar de afrontarlo. Quejarse de que se haya elegido a un príncipe y no a una princesa lesbiana o a alguien que se considera no binario sería tan absurdo como quejarse de que en estos cuentos de hadas siga existiendo la servidumbre, la caza, las clases sociales del momento o cualquier otro elemento que choque con nuestros valores actuales. Cuando se escribieron, la única forma aceptada de relación romántica era la del hombre y la mujer, que en los cuentos de hadas representa la unión simbólica no de dos sexos, sino de una constelación de valores, fortalezas y debilidades que se equilibran, desafían y apoyan mutuamente. El caos representado por el hada malvada, y el hecho de que el príncipe deba derrotarla, no debe leerse como si el cuento de hadas enseñara que «la mujer es el caos y el mal, pero el hombre es la responsabilidad y el orden»: el caos es propio del mundo y de la naturaleza, mientras que el principio de responsabilidad y madurez es algo que cada uno debe hacer suyo. La unión final de Felipe y Aurora no debe leerse literalmente como un mensaje que grita «¡CASAROS!», sino como la unión simbólica de la persona con el principio intelectual que la salvó, convirtiéndola ya no en una niña inmadura, sino en una mujer adulta y consciente.

Está claro que el cuento de la Bella Durmiente es una representación simbólica con sencillos instrumentos folclóricos de un tiempo pasado, de la necesidad de enfrentarse a la realidad, madurar y asumir responsabilidades: es también una advertencia contra los padres sobreprotectores y una invitación a dejar que los niños se ensucien y se hagan daño mientras crecen, para que estén preparados cuando tengan que enfrentarse a los grandes males de la vida.

La única dote de las protagonistas es que son bellas (si Blancanieves hubiera sido un mejillón, quizá no se habría salvado).

La belleza es un motivo literario simbólico, una convención estilística como «érase una vez». No debe tomarse al pie de la letra, y puede interpretarse metafóricamente. Siempre estamos repitiendo que la belleza es subjetiva y tiene muchas declinaciones, así que ¿por qué fijarnos en una supuesta belleza de unos personajes cuyos rasgos también dependen de nuestra imaginación? Ni siquiera es cierto que la única dote de las princesas de los cuentos de hadas sea ser bellas. El hecho de que alguien afirme esto me parece realmente escalofriante y alarmante. Blancanieves es inocente: una hermosa virtud, pero que también la hace vulnerable a la maldad del mundo. Protegerse y mantener la inocencia es un reto que muchas personas (hombres incluidos) se plantean. Blancanieves también es caritativa: la caridad es una virtud que debería glorificarse mucho más en nuestra cultura. El hecho de que no la veamos dice mucho de los valores de quienes comentan el cuento. Blancanieves es generosa, es desinteresada, es empática, pero también puede ser firme. Lo que me lleva al siguiente punto. Mientras tanto, quiero afirmar con firmeza que las virtudes de Blancanieves son una expresión de valores hermosos y compartibles que deben celebrarse, no olvidarse. Y aquí pregunto, el hecho de que estas virtudes obvias de Blancanieves ni siquiera sean consideradas o tenidas en cuenta por comentaristas como Cortellesi, y mucho menos celebradas, ¿qué dice sobre nuestro sistema de valores? ¿Sólo se debe celebrar a una mujer (o a un hombre) cuando hacen carrera, lideran, hacen movimientos de kung-fu y siguen caminos individualistas y arribistas de obtención de poder individual? ¿La única forma de tener valor como persona es ser líder y mandar? ¿Ser empático y, desinteresado e inocente (personas, no necesariamente «mujeres») es algo reprobable en la sociedad actual? Si es así, deberíamos hacer un serio autoexamen sobre nuestra cultura. Me gustaría vivir en una realidad en la que habláramos de Blancanieves para ensalzar los valores de compasión, empatía, amistad, abnegación, generosidad y amor que se desprenden de este personaje. En lugar de fijarnos en el sexo del príncipe o en el hecho de que se la describa como hermosa.

También me parece obsesiva la sexualización de los personajes, como si los niños varones sólo pudieran inspirarse en personajes masculinos, mientras que las niñas tienen que acabar necesariamente emulando lo que ven hacer a las princesas. Cuando estaba en primaria, mi dibujo animado favorito de Disney era Mulán: la historia de una persona que lucha por cumplir las expectativas de su familia y de la sociedad porque no ha nacido con dones y aspiraciones que se lo pongan fácil. No sabe realmente para qué es buena ni qué le gusta. Está perdida y confusa y no encuentra su camino. Entonces llega la guerra y su padre ya es demasiado mayor para asumir la responsabilidad de luchar. Ella encuentra la manera de hacerse pasar por otro papel que en teoría no le pertenece y se disfraza de soldado. Obviamente, esto es un desastre al principio, pero sólo porque ella lo había contemplado de una manera poco creativa y trataba de hacer lo que hacían todos los demás, en lugar de encontrar una manera de conseguir los objetivos que más le convenían. Entonces demostrará que con su inteligencia puede encontrar estrategias alternativas no sólo para el éxito personal (qué horrible fijarse siempre sólo en eso), sino para salvar todo y a todos cuando la sociedad y sus formas tradicionales ya no funcionan o son inadecuadas para hacer frente a una nueva dificultad que ha surgido. Mulán nos enseña que personas aparentemente en desventaja física o de otro tipo pueden resultar ser las adecuadas para salvar una situación gracias a su inteligencia y a pesar de sus limitaciones, y también nos enseña que la diversidad es un valor para la sociedad en su conjunto. A partir de este discurso comprenderán por qué considero una porquería la transposición en acción real del dibujo animado original, que comienza con una escena en la que una Mulán niña vuela por los tejados y da volteretas en el aire y movimientos de Kung Fu, no tiene nada que aprender de su experiencia en el ejército y es, de hecho, una especie de criatura superior dotada de dones parecidos a superpoderes. ¿A qué menos habens se le ocurrió llevar a cabo semejante operación? ¿Cuántos niños torpes vencidos por las convenciones sociales han encontrado inspiración en la inicialmente torpe y desesperanzada Mulán, que sólo gracias a su inteligencia consigue salvar el día, sin dones innatos ni superpoderes? ¿Y cuántos niños de hoy pueden esperar identificarse con un personaje inalcanzable, nacida superpoderosa, que no tiene que hacer ningún esfuerzo para crecer porque ya «nace aprendida»? Probablemente los autores creyeron que presentar a una Mulán torpe enviaría el mensaje inaceptable de que una niña puede ser torpe o incapaz en ciertos casos, ¡y Dios nos libre! ¡Qué grave delito es no ser una superheroína con poderes superiores, y tener que madurar y superar las propias limitaciones antes de poder aspirar a salir del paso! Por desgracia, hemos perdido completamente de vista la capacidad de lectura necesaria para hacer tales consideraciones.

Quiero dejar constancia de que el hecho de que Mulán fuera una niña nunca fue un problema para mí cuando era niño. No me hizo querer ser niña, ni me impidió, como niño, admirarla y considerarla un modelo para mí, ni me causó problema teórico o conceptual alguno. Fue mi modelo durante mucho tiempo, y me inspiró mucho porque yo también era un niño al que las convenciones de la sociedad en la que había nacido le resultaban estrechas, y que tuvo que enfrentarse a juicios y prejuicios, y luego tuvo que salir de ellos para demostrar cómo podía brillar el tejido de su intelecto, ¡si tan sólo se le daba la oportunidad de hacerlo! Por eso me cuesta empatizar con quienes sostienen que es necesario que los personajes con una identidad sexual determinada encarnen tal o cual valor para servir de modelo a los niños. El género de Mulan (o que sea china, para el caso) para mí siempre ha sido irrelevante frente a los valores que encarna. Necesitaría una explicación clara, con argumentos objetivos (y no subjetivos), de por qué el valor de un modelo de conducta sólo puede aplicarse a personas del mismo sexo que el modelo.

Blancanieves hace de ama de llaves de los siete enanitos

Recuerdo en voz baja que mientras Blancanieves «hace las tareas de la casa», los siete enanitos se parten el lomo picoteando en la mina. No están en el bar jugando a las cartas. Dicho esto, ¿realmente hemos olvidado la escena en la que Blancanieves regaña a los siete enanitos por ser unos guarros y les obliga a lavarse las manos si quieren comer? Aquí ejerce una autoridad incuestionable, en el interior, junto al hogar, que refleja una realidad histórica que ya no nos pertenece, pero que es interesante conocer: la mujer era la reina de la casa y su autoridad se ejercía en el interior, hasta el punto de que incluso una mujer recién llegada podía mandar sobre los hombres dentro de la misma casa de la que eran propietarios, y éstos se doblegaban sin rechistar ante su papel, ¡porque era ella la que sabía cómo debían hacerse las cosas en aquellos espacios! Esto basta para demostrar lo insensato que es reducir a Blancanieves a una criada. Cuando Blancanieves llega a la casa, se encuentra con un desastre: los enanos están trabajando y no tienen tiempo para ocuparse de otros aspectos de su vida. A falta de una mujer, el hombre solo o la mujer sola no hacen un trabajo excelente cuando están separados, pero trabajando juntos producen un todo que vale más que la suma de las partes. Se necesitan mutuamente porque ambos aportan una contribución igualmente importante, por diferente que sea. Blancanieves enriquece y salva la vida de los enanos tanto como ellos salvan la suya. ¿No podía Cortellesi darse cuenta de ello?

¿Por qué el príncipe reconoce a Cenicienta con el zapato? ¿No podía mirarla a la cara?

Una vez más, me asombra cómo no hacemos lecturas complejas y abstractas de estos cuentos de hadas, y nos detenemos en un significado literal y superficial. La zapatilla es el regalo del hada madrina, y puede interpretarse como un símbolo de la transmisión de enseñanzas (virtudes, conocimientos, valores, educación) de una generación a otra, de madre a hija, que son el verdadero rasgo distintivo de una persona: es esto, la transmisión intergeneracional de valores, conocimientos, educación (simbolizada por la zapatilla) lo que hace reconocible a Cenicienta. Es el don de la figura cariñosa que tiene que custodiar y guardar en su interior mucho más que los detalles estéticos momentáneos (representados por la ropa), que desaparecen y no dejan rastro. ¡Cómo puede Cortellesi quejarse primero de que las princesas no tienen otra virtud que ser bellas, e inmediatamente después quejarse de que en un cuento de hadas no es la belleza la que sirve de factor de identificación!

Volviendo al príncipe, me parece realmente absurdo que personajes puramente simbólicos y descaradamente abstractos sean interpretados como indicadores de un mejor trato a los hombres. A menudo ni siquiera sabemos sus nombres, no conocemos sus historias y no tenemos ni idea de qué tipo de personas son. ¿De verdad creen que un príncipe como el de Blancanieves puede ser un modelo a seguir para alguien? Desde luego, para mí no, ya que carece de rasgos útiles para identificarlo. Aparte del Felipe de La Bella Durmiente, que tiene nombre y arco, como hemos visto, son figuras planas, meros símbolos convencionales que encarnan los sueños y aspiraciones de los protagonistas, y no un varón ideal. Una vez más, el hecho de que la aspiración esté representada por un príncipe no significa que el significado del cuento de hadas sea que las niñas deben aspirar a casarse con príncipes: se trata de una lectura propia de quienes carecen de herramientas interpretativas. ¿Realmente creemos que los cuentos de hadas nacidos del folclore popular pretendían enseñar a las jóvenes que la máxima aspiración era casarse con príncipes? ¿Y nadie se da cuenta de que las protagonistas, es decir, las personas que ocupan el centro de la escena y a las que se presta toda la atención, son mujeres? No es que me importe, como dije con el ejemplo de Mulán, pero realmente me parece que sólo vamos a la pesca de lo que conviene a una lectura menospreciadora y reductora de este patrimonio cultural.

Los protagonistas de estos cuentos de hadas aparecen como criaturas pasivas que esperan ser rescatadas por los hombres, sólo ante quienes carecen de herramientas críticas para entenderlos, o por quienes tienen mala fe. Esta segunda opción me parece quizá más probable, ya que los significados simbólicos debían de ser obvios para los plebeyos analfabetos que los han contado oralmente durante siglos. Me cuesta creer que personalidades sofisticadas del mundo de la cultura no fueran capaces de captarlos.

En el caso de representaciones o valores ininteligibles y claramente identificables que, sin embargo, están en conflicto con los nuestros (pienso en racistas, abilitistas u otros por el estilo), desde luego no se puede descartar con alguna laguna interpretativa: a veces las obras del pasado representan valores en conflicto con los nuestros. ¿Y qué? Como explica magistralmente Alessandro Barbero, demasiada gente en nuestra cultura pedagógica confunde estudiar o leer algo con glorificar y aprobar algo. No leemos Blancanieves porque pensemos que estamos reproduciendo el cuento en la realidad, o porque nos gustaría que el mundo fuera como en el cuento de hadas. Lo leemos o lo vemos porque es un pedazo de la historia europea. Querer purgar los cuentos clásicos de la tradición de elementos que no encajan con nuestros valores actuales equivale a cincelar los genitales de estatuas de épocas anteriores o cubrirlos con una hoja de higuera de escayola, como ocurría en los siglos XVIII o XIX. Hoy consideramos ese acto de pudor como miope y vandálico, así que ¿por qué hacer lo mismo con los cuentos de hadas, cuando bien podemos predecir que la posteridad mirará esto como nosotros miramos la vandalización de las partes íntimas de las estatuas?

Related Stories